domingo, 23 de noviembre de 2008
Vasos y besos
El viernes a la noche hablé con el Oski. Estaba con Walter y Edu tomándose una cerveza en el drugstore de la Arístides. Dicho así suena liviano, pero en realidad, va mucho más allá. Porque estos amigos lo que estaban haciendo era cumplir con su parte en un rito ancestral profundamente arraigado en nuestro ser: tomarse algo con amigos.
Por más que las series de TV como Seinfeld o Friends traten de hacernos ver de que ellos también se reunen a pasar tiempo alrededor de un café, por más que Stanley Kubrick intentó demostrar que en su retorcido futuro visto en La Naranja Mecánica, hasta los sicopatones más terribles se juntaban al fondo del bar Korova antes de sus desmanes, estemos convencidos de que es casi seguro que el patrimonio de perder tiempo, siete en una mesita de uno por uno, es cosa nuestra. La experiencia personal, sin viajar tan lejos, me ha demostrado que sólo a cientos de kilómetros, cruzando la cordillera, la cosa ya es distinta. El año pasado en ocasion de encontrar a mi amigo Diego que vive en Santiago de Chile, lo primero que hice fue invitarle un café. A poco de sentarnos me dijo: esto sólo pasa acá, te encontrás con alguien y te paras a tomar un café...Vale como muestra también que hace unos años estando en Santiago por varios días, como costumbre, en las mañanas entre entrevista y entrevista me detenía en algun barcito de Providencia y pedía un café con "una porción de galletas" ya que no hay medialunas, y cuando veian que sacabas un librito y te acomodabas para pasar el rato, te miraban raro y venían siete mil veces a preguntarte si necesitabas algo...igualito que acá.
Anyway, el hecho es que, si remontamos nuestra memoria años atrás, descubrimos como se nos va incorporando este ritual. Veamos.
Abandonando la niñez, estando en el club con amiguitos, seguimos a los más grandes a la cantina a tomar una coca y comer un pancho, y ya empezás a blandir los comentarios de que linda la de malla rosada o como se le escapó una teta a la señora de gorro violeta en la escalera de la parte honda...sin querer le vas soltando la mano al niño que estás dejando para usar esa mano para agarrar el vaso.
Después pasamos a comer con los amigos: yendo a la secundaria doble turno por ahí te comías algo en los alrededores del cole, a mis trece pusieron un Pumper Nic en San Miguel y hacia allí ibamos cada vez que podíamos a picotear algo antes de volver a taller.
Entrado en la adolescencia, descubrí la bondad de los cafés escondidos en algún rincón de una galería como refugio para pasar la mañana de la rata al cole. Comenzó la época de la confianza con los mozos y el aire de adultez del combo mesa de café-café-pucho. Se hacia tan placentero que ya no alcanzaban la mañanas en la semana: empezamos a ir los sábados a la mañana también. Al mismo tiempo descubriamos las lomiterías: fenómeno aparte el comerse el sandwich más sobrecargado de huevo-panceta-jamón-queso-lomo-lechuga y condimenos varios. En algunas hasta empezamos a ver, gracias a la aparicion del cable y el VHS, videos de música o simplemente películas.
Otra parada obligada es la cantina de la facultad. Que sería de nosotros sin una buena cantina en la correspondiente facu, donde pasar el tiempo entre horas que decidiamos no cursar, o repasando antes de los parciales, o esperando para rendir un final. En tiempo de facultad mención aparte los bares y kioscos de los alrededores: fundamentales! En mis días de cordobés, cuando empecé la facu allá, recalé en un barcito de Obispo Trejo que se llamaba Jiffys. Estaba contento, puesto que en una ciudad desconocida abrazaba un hito como para ir marcando familiaridad. Poco tiempo después de mudarme, desapareció.
Si de bares se trata, Córdoba es una ciudad de bares: para desayunar por poca plata, los de la 27 de Abril casi plaza San Martín; la comida rápida (descontemos Mc Donalds y el mundo de la comida plástica por excelencia, por favor...) era el Lomitos Formula 5000 o Lomitos Sucre; Saliendo de la facultad en inverno, llegar a alguno de la Chacabuco para calentar el cuerpo. La noche tenía para todos los gustos: El Socavón, tango y ginebra; María María con cerveza, maní y musiquita brazuca; el Bar del teatro, para la salida del cine y clavarse un fernet mientras se discute sobre lo-que-me-trajiste-a-ver-hijo-de-puta; después tenías Tonos y Toneles para los que vivian de peñas como mis amigas jujeñas y en el otro extremo el Bar Sovia, metal y rock and Roll. Pero si tengo que elegir un lugar donde he gastado las sillas desayuno, almuerzo, merienda y cena era El Castelar. Más tarde también disfruté a Pétalo de sal y Macondo. A decir verdad quisiera haber podido disfrutar un poco más BA, con sus bares. Solo rescaté un par en San Isidro, Nave Kadmon a la cabeza.
Poco despues volvía a Mendoza y para no extrañar esas costumbres, elegí un barcito de la calle Catamarca para ir a almorzar casi todos los días en mis días de pensionista de la calle Salta, donde no podía hacerme de comer. A la hora de invitar a alguien a tomar algo era menester algún café tipo Liverpool, donde te camuflabas con el humo del ambiente; alternativa piola: el Soul de la calle Rivadavia, pero sin show, eh. Así llegamos a los gloriosos días de motociclismo, donde nuestra parada obligada era el Harley primero, y el Sport Bar después. Esos lugares llegaron a ser tanto en mi vida que he pasado más de un cumpleaños en sus mesas...lo juro. Alternaba también el Barloa bar&grill y el cariñosamente llamado Colérico, una panchería de San Martín al 3000.
Con el tiempo y las obligaciones de los órdenes de la vida, se hace cada vez más dificil juntar un par para tomar algo. Por eso desde las páginas de este blog celebré mis encuentros casi obligatorios de jueves a la noche en Piemonte de la Arístides con los chicos del San José, ,y acepto incondicionalmente, aunque llegue tarde, las juntas que promueven mis amiguitos Manu, Gaby, Richard y Pablo, aunque no lleguemos a ponernos de acuerdo sobre el triste rol en la escena musical de las bandas tributo y mucho menos si el gusto higos a la crema debiera existir en las listas de las heladerías. Lo que no puede dejar de existir es la costumbre de juntarse alrededor de una mesa...Lo que se sirve, lo de siempre: alegrías, penas, discusiones, pasiones, sueños, etc, todo bien condimentadito y a punto, para disfrutarlo hasta cuando te estás yendo a la cama. Nos vemos el próximo jueves acá, eh?
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2 comentarios:
qué más agregar, está todo dicho.
Eso sí en BsAs antes de los bares de San Isidro.. recomiendo los del centro.. algunos inigualables.
Si tenés oportunidad hay bares de más de 100 años como el británico en San Telmo, o 36 billares en Av de Mayo (en realidad cualquiera de Av de Mayo suele tener historia). Otro es la esquina de Anibal Troilo (ahora modernizado), en la calle Paraguay, y mirar x la misma ventana desde donde miraba pichuco que usaba de "oficina" -él vivía en frente.
la lista es interminable...
Un abrazo
Gracias por la data Richard. Seguro que cualquier bar del centro debe ser como decís...a eso me refería cuando decía que no pude disfrutar mas Buenos Aires, ese es uno de los aspectos...ya iremos en algun otro momento.
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