martes, 4 de diciembre de 2007

Band of brothers


La cosa es que a veces pasa, me pasa, que llego cansado a cierta altura del año. A veces (como este año) coincide con hitos de calendario, por ejemplo fin de año. Sabe pasar que uno se cansa varias veces al año, pero por reglamento admite "un" parate para descansar al año, y este es el que "enmarca" las vacaciones. Así que esperando ese otro hito sociocultural llamado vacaciones de verano, resisto como puedo con la vida, que inexorablemente parece no saber de fechas, calores, vencimientos de tarjeta y/o globales estudiantiles. Es entonces cuando uno debe encontrar un refugio que permita atrincherarse momentáneamente para recargar, para luego saltar de ese pequeño parapeto, disparar una ráfaga (siempre defensiva) y volver a atrincherarse nuevamente. En mi caso concreto (y de unos pocos más...) es el jueves a la noche. En alguna otra forma, con una prosa más prolija y melódica, mi amigo Tato nos los hacía saber, en un mail de la semana pasada. Cada uno de los involucrados que tuvo acceso habrá asentido con la cabeza en cada párrafo, porque realmente, lo descrito por el Negro es totalmente así. Para no entrar en detalles que son propios de los participantes de la mesa de los jueves, mi sensación es lo que decía antes: es como un pozo de zorro que te protege de las esquirlas de realidad que te abofetean todos los días. Es el lugar desde el que uno acumula fuerzas para resistir un embate más, hasta la próxima cárcava de mortero. Y así le avanzamos al enemigo del tedio, de la monotonía, de la chatura y del aburrimiento. Con balas de cerveza y de papas fritas (con picante: una verdadera bomba), viendo pasar misiles que reparten tarjetas o baleados que piden una moneda o un pucho. Con pelotones que vienen por todos los flancos, y que uno les saltaría a la carga en un cuerpo a cuerpo interminable, o hasta gastar el último cartucho. Cuando pasan las horas y la cosa se calma, cuando hay una sensación de saciedad de cuerpo y alma, volvemos a los cuarteles, con la satisfacción de la misión cumplida, apretando las últimas anécdotas antes de partir cada uno a sus bases de origen. Así me gusta verlos: como verdaderos camaradas de armas, como laderos que se juegan el todo por el todo por el compañero, poniendo el pecho a la andanada de balas sean del calibre que sean. Como una verdadera banda de hermanos.

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