sábado, 22 de agosto de 2009

Pappos Blues


Cuando era un tierno adolescente, en los primeros ochenta, perfilaba mi oido hacia el rock más bien pesado, de distorsión y bases fuertes, canciones simples y cuadradas. Con el tiempo me fuí poniendo más cabezón y migré hacia lo más virtuoso y elaborado, de esos temas de quince minutos y tempos insacables...pero eso es otra historia. Volvemos al rock puro y duro: los ochenta eran de los discos prestados y de escuchar la música de los mayores, ya que las bateas de las disquerías estaban llenas de pop condescendiente permeable a los designios militares que imperaban en esos días. Así que para buscar música había que armarse de cassettes grabados de algún mecenas musical que te proveía lo que escuchar. En lo del Rulo, entonces, escuchábamos la música que a él le pasaban en cassettes en su grabador mono...y así llegué a Pappos Blues. Se destacaba de lo otro que escuchábamos por su electricidad, su contundencia, porque nos ponía en un sitio verdaderamente rocker al querer sonar como ellos, alguien que era de acá y que sonaba como Zeppelin o Purple. Su guitarra era cautivadora (lo es hoy, con tanto imitador de EVH andando por ahí) con una audacia en sus construcciones en los solos y su precisión en los riffs que más tarde sus seguidores tratarían de imitar. La lírica le iba en saga, letras que al momento parecían simples, pero escondían una críptica poesía blusera, porteña y cervecera, como la de Manal pero sin tanto tango. Tuve la suerte de tener a mi amigo Jorge que se fanatizó profundamente con PB, y enseguida tuvimos a disposición la obra discográfica completa (hasta el momento) para escucharla y escucharla hasta que el sábado moría a manos del sol del domingo. Vimos al Carpo, ya enrolado en el poderoso Riff, y tuvimos a ese gigante de cerca para comprobar que era verdad su velocidad sobre las cuerdas y su martilleo de acordes implacables, su voz potente y su rocker-stand up sobre el escenario. Pasó el tiempo y para mi siempre fue una referencia en el rock nacional que nunca dejé de perder de vista, uno de los poquísimos que hoy sigo respetando y prefiriendo, en esta devastación y bastardeo que se ha convertido el rock argento. Cuando supe de sus reediciones, con gente detrás como el gran Alfredo Rosso en la cocina no dudé en que en algún momento tenía que hacerme de esas joyas. Así que para todo aquel que quiere tener una pieza incalculable del autentico rock que supimos conseguir (no Soda Stereo, no Calamaro nene) haganse de estos disquitos, que vale la pena tenerlos, siempre...

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