jueves, 12 de julio de 2007
Las otras "bikes"
Desde niño me sedujeron las motos. No se en que momento precisamente, pero desde muy chico me viene ese gusto. Si tengo que situar en algún hito temporal, cuando tenía ocho conocí a Víctor, que andaba en una Zanella Ponderosa 125, verde y blanca, y de ahi decidí que cuando creciera iba a tener moto. A los catorce a mi viejo le dejaron una Bambina 48 para vender, ese fue uno de los primeros contactos con una motito, la cual no tenía manera de quedarmela, pero que fijaba con más fuerza el objetivo de tener la mía propia. A los dieciseis el Lechu Sánchez tenía una Pumita 98, y yo casi compro una Garelli 75 que se termina comprando él, y que sirvió para las primeras aproximaciones a la mecánica, porque había que meterles mano para hacerlas andar...nuestra envidia era el salame del Moreno, que tenía una RV 90 nueva, más respeto teníamos con nuestro compañerito Javier y su Yamaha Mini Trail, que en el último de los casos era más de nuestro palo.
Cuando termine la secundaria y me tuve que poner a laburar en serio (para subsistir, se entiende...) pegué un laburo en la Chyc, sodería provincial, de preventista, en que? en moto papá! andaba en una Zanellita 50 que era un bombón, ya lo tenía decidido, cualquier motito me venía bien, era cuestión de juntar unos mangos y comprar...para lo que alcance.
Así fue que me alcanzó para una DKW 125 modelo 1960. Eh, era una moto! nada de motores directos ni cambio al puño, no, era moto moto. Así también parí con la desgraciada, en una época me dejaba tirado en cualquier lado, pero sirvió como experiencia. Tuvieron que pasar diez largos años para que pudiera volver a tener mi moto. Mi esfuerzo económico estaba orientado a un scooter, es más, ya tenía visto un Honda Elite 70 1992 que era de Marketing y que ya me lo iba a quedar, pero cuando tuve la plata no me lo quisieron vender! pero por algo pasan las cosas y llegué a lo de Fernando Arenas que me ofreció no gastar en un scooter, directamente comprar una moto. Así tuve mi primera japonesa: una Honda XR 250R 1988. Había que mirarla con mucho cariño para verle futuro. Con mucho empeño la dejé hermosa, en el proceso conocí y me fui interiorizando sobre las motos del Dakar, era una nueva dirección a seguir, de ahí en más siempre tendría motos del segmento enduro-enduro calle-trail-maxitrail. Un año tuve la XR, empecé a tomarle el gusto a las distancias y las largas jornadas sobre la montura. Me faltaba potencia y fiabilidad para encarar salidas mas largas, o lo que deseaba en el alma: viajar. Terminé de pagar las cuotas de la XR y me metí en una Suzuki DR 650S 1994, hermosa! una moto que sólo me dió satisfacciones, con la que empecé a desplazarme más lejos, por días enteros, y acelerando por largas huellas de tierra o ripio. El espiritu dakariano había prendido en mí y prometía no soltarme. Conocí a un grupo de delirantes con la misma afición y locura, ellos también tenían motos de ese estilo: Sergio en su DR Big 800, Pepito en su Tengaii, Julián y su Transalp, y Mariano en la reina del desierto: una Yamaha Super Tènèrè 750 Belgarda. Guillo y yo estábamos chochos con nuestras monocilindricas de 650 cc, hasta que nos endemoniamos con esa bicilindrica, y más cuando lo conocimos a Juan con su Africa Twin, ahí fue el golpe de gracia, había que apuntarle a una bi. Saliamos todos los fines de semana, eramos abonados al Harley Café todos los lunes y los jueves: los lunes eran para comentar las salidas del domingo anterior, los jueves para planear la salida del próximo domingo. Uno de esos días el Pifa comenta que había una Super azul en venta...No pasó mucho tiempo hasta que conseguí mi bicilindrica: una Super Tènèrè YMF 1991 australiana. Pasó a ser mi moto de los sueños, al punto de repintarla toda para hacerla réplica de la XTZ850R de Peterhansel. La compré un sábado y en menos de 24 horas estabamos los dos, Erica y yo sobre su lomo rumbo a Córdoba. Los viajes y salidas en esa moto fueron los mejores, aún los que nos tocó lluvia impiadosa. No se me borrará nunca ese sábado a la mañana sobre la ruta a Villa Dolores andando en paralelo con Guillo y Juan a más de 130 con todo el sol y la ruta para nosotros. O los caracoles de Portillo, bajando hacia Los Andes con la Eri fotografiandome en una curva esperando que avancen los camiones...No es por nada, pero la moto en la ruta te acerca a una categoría de heroe atemporal, mezcla de atorrante mugriento odiable, pero al mismo tiempo caballero andante sobre un indomable Rocinante de aluminio, caucho y fibra de vidrio. Parar en las estaciones de servicio a tomar un café para retemplar el cuerpo, pasar camiones agradeciendo la cortesía de sus choferes que te indican el camino despejado con sus giros, la cara de los niños cuando vas detrás de algún auto y te saludan y se sorprenden cuando les contestás...nada de eso tiene precio, es una experiencia que sólo los que aman las motos pueden compartirlo. El resto pensará: que inconcientes o que ganas de morirse de frío o te podrías comprar un auto con lo que vale eso. En fin, en este mismo blog ya lo escribi antes: nunca faltan ni faltarán, los refutadores de leyendas trabajan tiempo completo. Mientras tanto, quien nos quita lo andado. Gracias a todos los que estuvieron ahí, que bien la pasamos, valió la pena Guillo, Juan, Mariano, Sergio, Julián, Beto, Javier, Piji, Pifa, Angel, Negro, Leo, Pepe, Gerardo, y todos los que, aunque de pasada, estuvieron en esos días maravillosos.
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